Stephen King: Por qué preferí a Batman
Es cada vez más común encontrarnos con pequeños textos introductorios en las ediciones especiales de los cómics de superhéroes. Generalmente se decide encomendar la tarea de redactar una introducción a autores de renombre o celebridades (cada uno en su campo) que, o bien estén familiarizados de algún modo con la obra y personajes, o bien sirvan de gancho o reclamo para captar la atención del lector casual. El cometido de estos textos no es otro que poner en contexto al lector sobre el tema que va a tratar el libro y los autores suelen volcar en ellos sus memorias y recuerdos sobre cómo conocieron a tal o cual personaje o, en el caso de ser el propio autor de la obra, cómo se gestó el proyecto. En los últimos años hemos podido observar a diversas personalidades, tanto del medio del cómic como del mundo del entretenimiento en general, contribuir con sus textos para presentar algunos cómics especiales conmemorativos. Tenemos el ejemplo de la introducción del director de cine J.A. Bayona para Superman: Especial Action Comics Núm. 1.000, las del también cineasta Nacho Vigalondo y el dibujante Álvaro Martínez Bueno en Batman: Especial Detective Comics Núm. 1.000, y recientemente ECC Ediciones ha anunciado el tomo Joker: Especial 80 aniversario con una introducción exclusiva realizada por el cómico Berto Romero.
Pero viajemos tres décadas atrás en el tiempo. Stephen King, posiblemente el autor contemporáneo más aclamado en la literatura de terror y fantástica popular, firmó en 1986 un no menos aplaudido texto introductorio que se vió publicado en el número especial Batman #400 (octubre, 1986). En él, el maestro del terror, artífice de obras como Carrie, Misery y IT, describe perfectamente la esencia humana y tenebrosa del Señor de la Noche mientras nos explica los motivos por los que él siempre prefirió a Batman. Os invito a leer su introducción traducida que, quizás por lo inmersivo de su narración (no se podía esperar otra cosa del Sr. King) o simplemente por tratarse de un texto firmado por este autor que arrastra millones de fieles admiradores, perduró en la memoria de los lectores hasta el día de hoy.
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Por qué preferí a Batman
Cuando era niño, había ciertas preguntas que surgían y tenían que ser contestadas... o al menos aireadas, si se encontraba una respuesta concluyente e irrebatible. Una era si el éxito de la serie de TV El mundo de Don Larsen era debido a los efectos especiales, a que estaba predestinada o tenía solo mucha suerte. Otra era sobre lo que había en el centro de las pelotas de golf. Bueno, todos sabíamos lo que había bajo la rugosa capa blanca: billones de gomas elásticas. Pero había algo más en ese centro... un líquido que muchos creían que era el veneno más mortífero del mundo y para otros era una sustancia tan corrosiva que te hubiera disuelto los dedos al instante hasta el hueso, y aún para otros era una sustancia que podía explotar si la vertías sobre el pavimento caliente. También nos preguntábamos por qué todos los personajes de Disney llevaban guantes y si existían o no tales cosas como un juego completo de fichas verdes de Davy Crockett (las rojas eran fáciles, pero las verdes eran misteriosamente escasas), si saldrías a China del revés excavando toda la tierra hasta llegar al otro lado...
Estas eran eran preguntas que se hacían y se contestaban después de estar cansado de nadar hacia la balsa y te recostabas en la playa, o cuando ibas a casa tras el baloncesto en un dulce atardecer de verano con los pies hirviendo dentro de las banbas, o antes de quedarte dormido en los campamentos. Y una de ellas siempre era esta: ¿A quién prefieres, a Superman o a Batman? Yo siempre elegía a Batman.
Seguro que algunos de mis amigos míos no recuerdan ya ni los cómics ni la pregunta, pero me alegra decir que yo nunca crecí pop completo, solo un poco más el pelo en algunas partes del cuerpo y el sentido de la responsabilidad en mi corazón y tengo amigos a los que le ocurrió lo mismo: amamos a nuestras esposas e hijos, seguimos trabajando, pero también seguimos leyendo cómics. Y aún prefiero a Batman. Esto no quiere decir que no me gustara Superman. Os aseguro a todos los que pedís mi cabeza (incluyendo editores, escritores y dibujantes que darían su vida, su honor y sus sagrados cheques por proteger la imagen y el buen nombre del Hombre de Acero) que disfruté mucho con él. No podía "no gustarte" porque era un buen chico (y en contra de las creencias de algunos cascarrabias, tanto antes como ahora, los niños sienten una atracción natural por los buenos chicos... gracias a Dios), porque tenía todos esos fantásticos poderes, porque tenía ese increíble montón de enemigos con los que luchar (incluyendo a ese el pequeño duende con ese nombre impronunciable -aunque todos le llamábamos Mixtaplic- que para mandarlo de vuelta a la cuarta dimensión debías decir Kilpatzim, o algo así), porque tenía buenos amigos (incluyendo a Perry White, que era J. Jonah Jameson mucho antes de que cierto trepamuros hubiera pasado de los pañales a los pantalones de deporte). Pero había algo en Superman que siempre encontré un poco... cómo te diría. No decepcionante, no es lo que quiero decir, espera, ya lo tengo. Prefabricado. Era demasiado fuerte para mí, demasiado capaz, quizás porque yo era un niño que llevaba gafas gruesas, o quizás solo porque el concepto de invulnerabilidad le hizo parecer un héroe con una injusta ventaja (el ser bueno siempre es más difícil que ser malo). El súper-aliento, por ejemplo. ¿Es justo ser capaz de devolver Metrópolis a su lugar soplando cuando Lex Luthor la había mandado al Atlántico con jets nucleares? Quizás, pero yo tengo algunas dudas sobre eso. También tenía su talón de Aquiles, por supuesto, pero era (al menos hasta que los editores comenzaron a embrollar el asunto con kriptonitas rojas, amarillas y de color pistacho) uno muy pequeño.
Stephen King siendo niño en la década de 1950. |
Batman, sin embargo, era solo un hombre. Con dinero, sí. Fuerte, por supuesto. Inteligente, puedes jurarlo. Pero... no podía volar. Creo que eso me decidió más que cualquier otra cosa. Recuerdo los anuncios para la primera película de Superman (¿recordáis la primera película de Superman? Sí, hace mucho tiempo ya, cuando el mundo era joven y los dinosaurios se paseaban por la Tierra) decían: Creerá que un hombre puede volar. Bueno, yo no me lo creí. Ni en la película ni mucho menos en los cómics (irónicamente, me lo creía más en la serie de TV). Pero cuando Batman saltaba con una cuerda a la madriguera del Joker o evitaba que el Pingüino tirara a Robin en un caldero de aceite hirviendo con un buen lanzamiento de batarang, sí creía. No eran cosas veraces, eso te lo puedo garantizar, pero eran posibles. Podía creer en un cruzado con capa que se balanceaba en las cuerdas, lanzaba boomerangs con una puntería magistral y conducía velozmente como si llevara a una embarazada al hospital. El Super-aliento era difícil de creer, pero un tipo que guardaba un poco de sustancia disolvente (para algunas sogas problemáticas que los criminales insistían en usar para atarte) en un compartimento de un cinturón multiuso, una linterna muy potente en otro y algún anestésico de efecto rápido a mano en otro más (Batman dormía a la gente con dardos tranquilizantes diez años atrás de que se usaran realmente con animales furiosos)... bueno, ese tipo de héroe era mi tipo.
Aunque finalmente tuvo una revista propia, fue y aún es con Detective Comics con la que Batman está más íntimamente asociado en mi mente. Él era un detective de veras. Con las características casi divinas e inmortales de los superhéroes, los nuevos dioses del Olimpo lo rechazaron por ser un simple detective. No podía confiar en su super-aliento para hacer retornar Gotham City a su lugar original después de que el crimen se hubiera cometido. Tenía que coger a Riddler o al villano de turno antes de que pudiera lanzar esos jets nucleares. Como Sherlock Holmes, Batman observaba las pisadas que los rufianes dejaban, tomaba sus huellas digitales; recogía los cabellos de la escena del crimen y hacía interrogatorios. Conocía los rasos —también como Holmes— y el "modus operandi" de varios criminales. Buscaba pistas, sabiendo —como todos los grandes detectives— que si descubría su manera de actuar podía sorprender al criminal en su próximo paso. Batman vivía de su ingenio, desafiando y venciendo -a veces de forma muy brillante- a alguno de los grandes villanos jamás creados, frustrando desde robos de joyas a secuestros... y aún se las arreglaba para vivir otra identidad al mismo tiempo, la de Bruce Wayne, el conocido multimillonario. Amasó una fortuna, adquirió conciencia en los años 60 y educó además a su joven ayudante Dick Grayson.
Ah... y otra cosa. Quizás la verdadera razón por la que Batman me atraía más que cualquier otro tipo. Había algo siniestro en él. Exacto. Me han entendido bien. Siniestro. Como The Shadow, "La Sombra", en las revistas antiguas o los vampiros, Batman era una criatura de la noche. Oh, sí, le veías luchar contra el crimen de día de vez en cuando, pero casi siempre era una figura entre las sombras o una bestia terrible lanzándose desde una ventana en la madrugada, con su capa flotando a su alrededor como grandes alas. En esas entradas espectaculares de Batman, casi siempre veías una especia de horror inmenso en los rostros de los malvados., expresión con la que muchas veces me identifiqué. Sí, pensaba (y aún lo pienso), sentado bajo un árbol en el jardín o quizás en la bañera o en el retrete (o, como niños, bajo las sábanas con una linterna). "Sí", pensaba, debían estar aterrorizados, yo lo estaría si algo así se me echara encima. Estaría aterrorizado incluso si no estaba haciendo nada malo. La noche era su hora, las sombras su lugar. Como el murciélago del que tomó su nombre, veía con sus manos, pies y orejas. Como Bruce Wayne era simpático, elegante, lleno de "savoir faire" y "bonhomie", un hombre fácilmente imaginable delante del fuego en su biblioteca con una copa de coñac y una tabaquera de Cheez Doodles a mano. Pero cuando la Bat-señal se reflejaba en uno de los rascacielos de Gotham (o quizás contra una oportuna nube pasajera), una terrible e inexpresiva criatura emergía de la Bat-cueva. Podrías dispararle y sangraría...podrías darle un buen golpe en la cabeza y retrocedería por un momento... pero no podrías nunca. nunca, detenerlo.
Desde la cancelación del poco afortunado y camp serial de TV hasta 1982, más o menos, Batman vivió en un mundo sombras no solo como personaje sino como publicación. Hubo un tiempo, no me importa decirlo, en que me recuerdo rastreando las librearías con ansiedad a mediados de mes, seguro de que el Cruzado de la capa se habría ido, como un personaje más deslizado en la silenciosa oscuridad a la que otras grandes creaciones como J'onn J'onzz, el Detective Marciano; Plastic Man; los Blackhawks; Capitán Marvel, Turok y tantos otros habían caído antes que él. Parece ser que me equivoqué al preocuparme. Es difícil abatir a un murciélago. Durante los últimos cuatro años han ocurrido una de estas dos cosas: o nuevos fans se han interesado en las hazañas de Batman o muchos de los viejos vuelven a adorar silenciosamente a su ídolo. De cualquier forma, la avalancha de publicidad y las ventas espectaculares del Dark Knight, probablemente la mayor obra de arte en cómic publicada en edición popular, parece haber asegurado el éxito continuado de Batman. Para mí es tanto un gran alivio como un gran placer.
Quisiera felicitar al Cruzado de la capa por su larga y valiente historia, y agradecerle las horas de entretenimiento y diversión que me ha dado... y desearle muchos más años de heroica lucha contra el crimen. Ve a por ellos, Señor de la Noche. No dejes que tu Bat-señal falle nunca, que tu Bat-móvil se quede sin energía, que tu cinturón multiuso no esté fatalmente vacío en el momento crucial. Y por favor, no atravieses nunca mi ventana en medio de la noche. Probablemente me provocarías un ataque al corazón... y además, Señor de la Noche, estoy de tu parte. Siempre lo estuve.
Stephen King, 1986
Texto original traducido y adaptado por Sergio Pradera y publicado en España en Batman. Especial Verano de Ediciones Zinco.
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Introducción original de Stephen King publicada en Batman #400 (octubre, 1986). |
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